domingo, 8 de mayo de 2011

Cadenas de eternidad

¿Dónde estoy?...

¿Quién soy?

Empiezo a olvidar el significado del tiempo, pues desde que mi memoria puede recordar todo me parece igual.
Solo veo negrura a mí alrededor, me siento encogida, apresada en una cárcel demasiado pequeña para mí. Un aire enrarecido me asfixia poco a poco y me hace marchitar sin poder remediarlo.
No veo nada… no siento nada. Solo el tenue tintineo  de las cadenas que rodean mis muñecas y me mantienen presa en esta lúgubre y apestosa cárcel.

No se como he llegado aquí, no se porqué. No se que hay mas allá, de hecho no se ni como me llamo.
He perdido completamente la noción de mi identidad, he perdido el sonido de mi voz y solo me queda una cosa que hace que aun sepa que estoy aquí:
El miedo.

El miedo aberrante que me consume, que me hace encogerme y desear desaparecer.
El miedo angustioso que me nubla la mente, el miedo a esta terrible soledad.
El miedo a esta eternidad de oscuridad.

Si el tiempo para el mundo es como un río que fluye, el mío debe ser como una ciénaga estancada y contaminada.
Pues todo lo hermoso muere dentro de mí, sin remedio alguno, sin que pueda evitarlo.

¿Por qué no puedo escapar de aquí?

El cansancio empieza a hacer que mis parpados sean pesados… muy pesados.
El sueño hace mella en mi, aunque no se como es posible que estas cadenas me provoquen tanto cansancio.
Finalmente me rindo al sueño hay veces que es mejor simplemente dejarse llevar.


Brilla una luz, me encuentro de pie, en una mano sujeto un cuchillo de cocina  en la otra un pollo desplumando.
Mi intención es empezar a prepararlo… ¿Por qué?
A mi cabeza acude un pensamiento inesperado.
“Pollo con suerte”
Miro a mi alrededor y veo una cocina con blancas baldosas impecables a juego con los tablones de mármol de la encimera solo manchados por la sangre del pollo que tengo en las manos.
Encima de los fogones veo un puchero que hierve con parsimonia y dejando escapar  un exquisito aroma a verduras.
Es una modesta cocina que parece un templo silencioso donde solo se oye el burbujear de la olla y una pequeña ventana da al mundo exterior.
Así me dirijo despacio a la ventana.
Mis pies me pesan y avanzo con una lentitud pesada.
Cuando por fin llego veo que es de noche y la luna brilla hermosa y pura, aunque misteriosa. Un escalofrío me recorre sin saber porqué.
En esos instantes oigo una puerta cerrarse detrás mía y unos torpes pasos ir en dirección hacia donde me encuentro.

Oigo que dicen mi nombre. Y siento el miedo.
Vuelven a llamarme, esta vez con voz ronca y algo temblorosa pero con un tono subido.
Me aparto suavemente de la ventana y me dirijo al extremo opuesto de la habitación. Donde se encuentra una puerta de madera y cristal y al lado de esta una nevera de metal pulido.
Dejo el cuchillo y el pollo, aun en mis manos,  encima de la encimera de mármol y cuando estoy apunto de abrir la puerta de la cocina alguien se me adelanta desde el otro lado con violencia.

-¿No sabes contestar? Te he llamado 2 veces…

Un hombre de mediana edad, vestido con un traje elegante y corbata desanudada se acerca a mí dando tumbos. 

-¿Es qué estas sorda?

Arrastra las palabras como si tuviese la lengua hinchada, pero lo más extraño de todo es su rostro disfumado por una nube oscura.
De pronto gira su cabeza hacia la encima con el pollo aun sin trocear.

-¿No esta hecha la cena? Sabes que lo único que pido cuando llego a casa es la cena hecha maldita golfa.

Soy incapaz de contestar, sobretodo cuando un terrible hedor a ginebra  me llega de su boca.
Odio ese olor, mi cuerpo despierta contra él con un terrible temblor y un encogimiento de mi misma. Mi lengua esta paralizada, no puede articular más que unos lastimosos balbuceos.
 -Serás desgraciada. ¿Por qué  no me contestas? Soy tu marido, debes tenerme respeto y en vez de eso no me das ni la cena. Debería abandonarte en la calle cual perro que eres.
Con estas palabras me empuja hacia la nevera de metal pulido. Me apoyo en ella para parar la caída y me fijo en su reflejo.

… ¿Esa soy yo?

Es imposible, la mujer aterrorizada que me devuelve la imagen no puedo ser yo.
Unos moretones surcan la blanquecina piel. El labio esta roto… un ojo completamente hinchado.
No puedo ser yo.

Entonces la sensación tan conocida por mi me vuelve a inundar.
El miedo me recorre cada fibra de mi ser, que desea correr, esconderse, gritar desvanecerse.
El hombre sin rostro se acerca a mi, no le veo su expresión pero es de furia. Huelo su cólera irracional en su aliento de ginebra.
Retrocedo patosamente con la consecuencia que caigo hacia atrás.
Mi última visión es la de un hombre sin rostro que irradia furia por sus poros con los brazos en alto  y un eslabón de cadena en cada mano.

Tengo miedo… tengo miedo. Quiero desaparecer.
Cierro los ojos…
Y cuando vuelvo a abrirlos solo hay oscuridad. Noto el frío de las cadenas en mis muñecas.
Vuelvo a estar atrapada en  mi jaula de tinieblas.

 Una rabia incondicional se apodera de mi, me arrastro cuanto me dejan las cadenas y cuando estas ya no dan más de si empiezo a estirar haciendo acopio de todas mis fuerzas.
Pero las cadenas no ceden y me dejo caer completamente batida y con la sensación calida de la sangre que gotea por mis manos debido a las heridas resultantes.
La desesperación  me consume.
Noto algo mas calido aparte de la sangre. Una lágrima recorre mi mejilla.
Una lágrima…una lágrima

Una lágrima cae limpiamente encima de un libro ajado de cubiertas mates.
Este libro es muy importante para mí, este libro es la llave de mis sueños y mis anhelos.
Con este libro puedo viajar a un lugar mejor.
Pero el libro es arrancado de mis manos con dureza.
Adiós a los sueños.
Seguiré viendo el mundo desde este velo que oculta mi rostro y me ahoga el alma.
Unas palabras lejanas me llegan… “Este mundo no es para ti”
¿Por qué no es para mí?
Yo quiero aprender. Quiero soñar. Quiero volar.
Quiero nadar en mares de conocimientos. Quiero ser libre para pensar.
“Este mundo no es para ti”
No quiero… ¿es que acaso solo me queda la sumisión?
Estar escondida en un segundo plano, alejada de todo aquello que me gustaría ser y hacer.

Si estoy escondida. De nuevo recluida en mi cárcel.
¿Qué son todas esas imágenes? No lo entiendo. ¿Quién soy yo?
La rabia empieza a inundarme y sacudo las cadenas con violencia. El dolor de mis muñecas es insoportable. Sin embargo el dolor es un bálsamo del miedo.
Y estoy dispuesta a sufrir por no volver a sentirlo. Pero aun noto que las fuerzas me fallan. Odio estar sola. Sigo sin ver nada más que oscuridad, sigo notando ese pútrido olor que me asfixia pero empiezo a oír golpes lejanos… como algo que repica sobre metal.
Quizá no estoy sola. Intento hablar pero el sonido de mi voz no sale. No quiere salir… aun esta atormentado por el miedo que lo ha acosado durante tanto tiempo.
Quiero gritar. Quiero decirle al mundo que este no es mi sitio.

Mi sitio lo dictare yo…

Camino por un despacho con el torso completamente erguido, mis pasos son rápidos pero firmes. Me he preparado mucho para hoy.
Llego a una pequeña sala de conferencias donde me espera un hombre elegante con semblante serio sentado en una de las sillas.
Frente a el reposa una carpeta verde cerrada. Cuando me ve entrar me indica con un gesto que tome asiento y rápidamente me mira a los ojos y se quita las gafas con gesto de superioridad.

- He leído su expediente. Es realmente… magnifico.

En ese momento la pequeña semilla de la esperanza eclosiona dentro de mí dando origen a una magnifica planta que rebosa alegría. Por fin después de tanto tiempo… después de tanto sacrificio…

-Sin embargo hemos decidido darle el puesto a su compañero; el Señor X. Pensamos que reúne mejor los requisitos necesarios para el trabajo.

De repente esa planta se mustia sin piedad...
Los ojos fríos del entrevistador me revelan la verdad detrás de todo.
Éramos iguales.
Igual de preparados… Igual de capaces… igual de entregados.
¿Como podía reunir entonces mejor los requisitos necesarios?
No soy capaz de asimilarlo.
¿Qué tenia el que no tuviese yo?
“Él es un hombre”…. 

¡No!  ¿Este es el tipo de vida que me espera fuera de esta menguante cárcel?

No lo pienso consentir. ¿Quién ha dicho que el mundo no es para mí?  Cualquier sitio es mejor que esta cárcel de oscuridad, sumisión y miedo.
¿Quién dijo que debo permanecer escondida aquí?
¡Quiero Luchar!

-¡Quiero salir de aquí!
Mi voz surge imperiosa e imponente. Mi voz. Mi identidad
Las cadenas se rompen. Las cadenas del tiempo, de un pasado decadente, caen a trozos a mis pies.
Y yo me construiré mi mundo.
Una luz intensa y cálida recorre la estancia. El olor asfixiante es ahora el aroma de la libertad y el miedo sólo es un difuso recuerdo del pasado.
Alguien me tiende la mano.

-Vamos criatura, es hora de vivir.

Decenas de figuras me rodean… me ofrecen tiernamente su mano. Quieren que me levante.
 Todas son diferentes.
Hermosas, imponentes y llenas de ternura.
Visten vestidos de todas las épocas, de todos los lugares y de todas las naciones.
Son de todas la razas, todas ellas orgullosas.


- Somos tú.

Les doy mi mano. Me ayudan a incorporarme. Que bello es el mundo lleno de luz. Lleno de cambios, lleno de igualdad, lleno de mis sueños. El mundo que he construido con dolor y eternidades de sufrimiento.
Ellas son yo.

Yo soy Lilith, soy Minerva, soy Cleopatra, soy Juana de arco, soy aquella madre a la que le arrancaron su hijo, soy aquella que luchó en otra guerra, soy aquella que murió defendiendo lo suyo.

Soy Eleanor Roosevelt, soy Marie Curie, soy Rosalind Franklin, soy aquella que no se sometió, soy aquella que jamás se escondió, soy aquella que rompió las cadenas…

Soy Mujer.

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